17.11.13

Igualdad

Y saltó. Cruzó el aire durante un breve periodo de tiempo y, cortando el mismo viento, arrojó un zarpazo que derribó al pajarito.
El pequeño se desplomó contra el suelo, dolorido, y observó al gato intentando, a la vez, pedir clemencia y escapar.
- ¡Socorro! ¡Por favor, déjame marcharme! - piaba mientras se retorcía en el suelo.
El gato lo miró, ahora él desde arriba, con unos ojos fríos como el hielo. Seguidamente, empezó a seguir con la cabeza el movimiento del pájaro, que no paraba de agitarse.
Dio un zarpazo. Dio otro, y otro más.
El pequeño animal, que rodaba por el suelo sufriendo un dolor atroz, abandonó el movimiento frenético.
- ... ¿Por qué? - fue lo último que preguntó, el pequeño pajarito, ya totalmente rendido.
El gato, acercándose lentamente, se puso a su lado y murmuró:

- Porque los otros gatos hacen lo mismo conmigo.